viernes, 1 de julio de 2016

El candelabro

El año en que mi madre y mi padre se casaron, mi padre le compró a su esposa un hermoso candelabro Baccarat. Pesaba una tonelada y colgaba sobre dos tramos de escaleras. Como era muy grande, mi padre buscó en todo Gran Bretaña por una inmobiliaria que pudiera acomodarlo. Escogió una casa palaciega muy vieja en el campo galés. La mansión tenía seis pisos de altura y en el medio de la casa había un atrio en forma de espiral con un techo de vidrio. Las escaleras envueltas alrededor de las paredes de la torre rodeaban el gran candelabro arriba.
Por lo que puedo recordar, solía pasar mis días acostándome debajo de los cristales en cascada arriba y mirando cómo los prismas centelleantes atrapaban la luz del sol, respirando arcoíris a través de las paredes. Mi madre me sonreía y se reía con mi padre detrás de sus manos. Yo era un romántico, dijo ella, un soñador. Padre sonreía sabiéndolo, pero nunca se molestaba en mirarme. Solo tenía ojos para mi madre, al menos hasta que el pequeño George llegó.
Pero no era un soñador, no, luchaba contra el sueño en cada respiro. Prefería pasar mis noches bailando en los campos de estrella que centelleaban en la aguja en las noches claras. Si la luz de la luna brillaba en el gran atrio, era transformado por el Baccarat en un millón de pequeñas estrellas brillantes y relucientes. El candelabro siempre estaba meciéndose gentilmente, gentilmente aun sin una corriente de aire en la casa, y hacía que los celestiales vibrantes y quebradizos bailaran cerca de la pared al ritmo de una canción que solo yo podía oír. Y yo bailaba en los campos de estrella.
Un día, desperté de una siesta con el ruidoso pero lento gruñido del metal protestando. Llegué a la escalera a tiempo para ver el metal de soporte del Baccarat partirse en dos. El candelabro cayó por medio piso hasta que se detuvo abrupta y violentamente por su último soporte restante: una soga de nailon gruesa. George estaba jugando con un tren debajo y le grité. Me miró por un momento y luego fue oscurecido por mi vista mientras el nailon se rompía y el candelabro caía cinco pisos hacia el primero en donde mi madre se había tirado a sí misma protectoramente sobre George.
Mi padre solo compartía sus lágrimas por ellos detrás de puertas cerradas. Una semana luego de su muerte, Padre reparó el candelabro y volvió a colgarlo. Era de mi madre y él la había amado profundamente. Quizá le gustaba mirar al candelabro y pensar en ella. Pero prefería imaginarme que lo colgó de nuevo para mí porque sabía cuánto lo amaba.
Pero el candelabro no era el mismo. La gentil cadencia que había mantenido lealmente desde mi nacimiento ahora era reemplazada por una quietud tan absoluta como la muerte. Los arcoíris eran aburridos, casi sin color, y las estrellas danzantes que alguna vez brillaban en las paredes por la noche estaban ausentes y el atrio en espiral continuó tan oscuro como el corazón de una obsidiana.
Sigo pasando mis días y noches acostándome en el suelo, mirando al candelabro y esperando que su magia vuelva a mí. Algunos días casi puedo ver los colores vibrantes y la luz moteada de las estrellas. La mayoría de los días no veo nada.
Pero nada es mejor que la pesadilla que se asoma por el velo algunas veces, cruel y sin invitación. A veces puedo sentir el frío y el hambre y el dolor en mi pecho. A veces, las noches oscuras y los días aburridos tienen sentido. A veces puedo ver el Baccarat como realmente es. Porque a veces recuerdo que no fue el candelabro lo que mi padre colgó en el techo del atrio ese día: fue a sí mismo.

jueves, 30 de junio de 2016

Hermosa Cena

Ricardo reía con gusto mientras acomodaba una rosa en el florero de la mesa donde iba a dar una cena importante para él. Hace unas semanas había conocido a una linda chica de cabello rojizo, la cual le encantó desde el momento en que la vio. El problema con ello era que, después de salir una que otra vez, la fémina no daba ni siquiera una muestra de querer enredarse con él. Pero todos esos problemas se iban a deshacer hoy, tenía en su poder una maravilla, una pequeña pero potente pastilla que si la dejaba en la bebida de la chica, ella dormiría plácidamente para que él pudiera hacer lo que quisiera con su cuerpo. Sería divertido y, además, no había problema, ya que la chica no denunciaría. «Un cadáver no puede hablar», decía entre sus pensamientos arreglando su ropa, ya teniendo aquella droga en la copa que sería de su acompañante, para después escuchar cómo el timbre sonaba de forma suave. Rápidamente, fue a la puerta abriéndola, viendo a la dama que portaba una ropa discreta y un gorro que tapaba su cabeza, y cómo no hacerlo, si hacía frío.
—Hola linda, no sabes cuántas ganas tenía de verte —dijo mientras le hacía un ademán para que ella entrara a la casa—. Hoy te ves como una reina.
—No digas esas tonterías, Ricardo, me veo como siempre y lo sabes —respondía acariciando su cabello mientras caminaba—. Me gusta tu casa, es muy linda y espaciosa.
—Algún día será tuya, aunque eso depende de ti y lo sabes. —Reía un poco en tanto cerraba la puerta y se dirigía a la mesa.
—Esto es solo una cena, no creo que alguien consciente se quiera casar con una persona que conoció hace poco. Eres alguien muy rápido. —Se sentaba como si nada, sonriéndole, para hacerle entender que era una pequeña broma.
—Tienes razón —respondía secamente dándole aquella copa, ni siquiera había empezado la cena y ya estaba todo mal; lo mejor que podría pasar era que acabara eso de una buena vez—. Debes estar sedienta, hermosa. —Se sentaba frente a ella con una copa en su mano.
—Un poco, caminé bastante para llegar hasta aquí, eres muy lindo. —Le guiñaba, para después tomar de un jalón su bebida, pero, al hacer eso, inclinó su cabeza hacia la mesa poniendo su mano en su rostro.
—¿Te pasa algo? —Se sorprendía, ya que pensaba que era la pastilla, pero era imposible, no podía ser tan rápida.
—No pasa nada, solo que lo tomé de golpe. —Se levantaba, pero un pequeño mareo hizo que se detuviera. Acariciaba su frente tomándose de la silla, tratando de no caer—. No, no estoy bien, no aguanto la maldita cabeza.
—Duerme, hermosa, ya cuando despiertes habrá terminado todo. —La tomaba suavemente de la cintura, mientras que la cabeza de ella se apoyaba en el hombro de él y así acomodarla en el suelo ya inconsciente.
—Fuiste una chica muy difícil, pero eso ya no importa. Hoy te mueres, maldita puta. —Se subía en ella, admirándola, acariciando sus mejillas, para después abrirle la boca; observaba aquella lengua tan rosada, tenía unas ganas de comerle aquella linda lengüita o por lo menos arrancarla, pero quería esperar un poco más. Le empezó a besar el cuello mientras bajaba el cierre de su bragueta para sacar su miembro, el cual no podía soportar estar más dentro del pantalón. Su noche sería muy divertida, a pesar de un pequeño dolor que le había dado en su cuello por un mal movimiento.
Días después se reportaba el descubrimiento de restos humanos en un rancho cercano a la ciudad. Aquellos restos se encontraban en una bolsa negra a medio abrir por animales carroñeros; el hedor que emanaban era insoportable, obviamente por el estado de putrefacción avanzado que ya tenía, además de que se veía una que otra prenda de ropa, entre ellos un gorro manchado con un líquido desconocido. Los peritos correspondientes tomaron los restos para tratar de aclarecer lo que había sucedido, eso sí, primero los periódicos habían tomado fotos que serían la portada del día siguiente.
El día anterior del hecho.
En un departamento de lujo, un joven entraba a su cuarto quitándose una peluca de cabello rojo. Reía un poco mientras se observaba en el espejo y se quitaba aquellas prendas femeninas; era realmente un beneficio para él tener un cuerpo y rasgos femeninos, así podía engañar fácilmente a cualquiera. Después de vestirse con su ropa común, se dirigió a la sala buscando su mochila, de la cual sacó un sobre de color manila que sin mucho interés dejó tirado sobre la mesa. De buenas a primeras, un recuerdo le vino de golpe, como apenas ayer, por fin, había cumplido aquello que se le había mandado.
«De todas formas, si no me hubieran pagado, te hubiera matado con gusto, maldito perro. ¿Intentar drogarme con un trago? ¿Eres un imbécil o qué? Bueno, más bien eres un completo idiota. Ni siquiera te diste cuenta de cuando tiré el líquido que traía la copa, el cual era una bebida corriente. Me alegro de que te haya dolido la inyección que te puse en el cuello, pero qué asco cuando caíste sobre mí. La peste que emanabas, prefiero mil veces que me coja un perro a que tú me hubieras puesto un dedo encima», decía entre sus pensamientos, para después dirigirse hacia el refrigerador de donde extrajo una barra de chocolate. Se sentaba gustoso en el sofá mientras le daba una mordida al chocolate, recordando lo que había sucedido la noche anterior.
El pobre Ricardo despertaba de a poco, aturdido trataba de mover uno de sus brazos para tocar su frente, pero, al querer realizarlo, se dio cuenta de que estaba atado de ambos brazos; el susto en el joven aumentó cuando, al querer mover sus piernas, estas igual se encontraban amarradas en aquella cama. El lugar ni siquiera era su casa, no sabía a dónde diantres lo habían llevado, ni cómo terminó de esa forma, hasta que un ser surgía de entre las sombras del sitio.
—Mi putita, me alegra tanto que ya hayas despertado —decía la dulce joven de cabello rojo, la cual sonreía coquetamente al chico.
—Hermosa, desátame. Te daré mucho dinero, pero hazlo, por favor, no me gustan este tipo de juegos —exlamaba desesperado sin éxito alguno.
—¿Hermosa? Coño, deja de decirme así —respondía agresivamente al mismo tiempo que se acercaba al pantalón del chico. Bajaba el cierre de golpe, para después sacarle su miembro, el cual estaba flácido y pequeño—. Hasta tengo la verga más grande que la tuya. —Se quitaba el gorro y la peluca, mostrando su verdadero cabello, el cual era de color negro, además de unas orejas que si se les veía de lejos parecían unos cuernos como de un demonio.
—¡¿Qué diablos?! ¡¿Casi beso a un hombre?! —Asqueado y enojado, gritaba mientras se retorcía para zafarse de aquella trampa que el chico le había puesto.
—Agradece que por lo menos ibas a besar algo, porque con ese aspecto no besas ni a un cerdo. Además, no sé de qué te quejas, apuesto que tengo mejor cuerpo que tu madre. Y yo tampoco quería besarte, es casi lo mismo que lamer un excusado —Burlón, se iba hacia un cajón de donde sacaba varios de sus «juguetes», como así los llamaba—. Primero, deja de llorar, pendejo. Te propongo un trato, haremos una dinámica y si la ganas te dejaré ir, pero si fallas te daré un fuerte castigo. Puedes ganar mucho y perder poco. —Se sentaba en la cama mirando al joven, esperando una respuesta.
—¡Desátame, puto maricón! —gritaba furioso Ricardo mientras seguía luchando con aquellas ataduras.
Sin siquiera responder a la ofensa, se puso encima de él, para luego obligarlo a abrir la boca y tener en una de sus manos la lengua del chico, mientras que, con la otra, la apuntaba con unas tijeras.
—Dime algo que no sepa. No me ofende, pero si gritas de nuevo, pierdes la lengua. ¿Entiendes, ramera? —Le soltaba la lengua, para después levantarse de la cama—. Empecemos a jugar.
Ricardo mordía sus labios con tal de ya no gritar; el enojo que sentía era demasiado, pero podría vivir si cumplía con todo lo que ese demente le pedía. De buenas a primeras, sintió cómo su miembro era apretado por aquel joven, aquella mano se movía de arriba a abajo produciendo un poco de placer en Ricardo.
—Si no te vienes, te desataré una pierna, pero si llegas a manchar este gorro, te romperé una pierna. ¿Es muy difícil para que puedas entenderlo? —Le decía mientras ponía aquel gorro negro en la punta del pene de Ricardo. Los movimientos de la mano del chico se volvían cada vez más rápidos, al igual que los quejidos que trataba de aguantar la pobre víctima; mordía sus labios, pero era inevitable dar unos breves gemidos, y durante esos momentos Ricardo se maldecía una y mil veces por su condición—. ¡Ah! —daba un último grito, para después eyacular.
—Oh, mierda. ¿Tan rápido? ¿Eres precoz o qué? Ahora entiendo por qué violabas tantas muchachas. Maldito pija corta —Sonreía, para luego tomar algo debajo de la cama. Se levantaba mientras el mayor, aún sonrojado y agitado, lo miraba con terror; el objeto que tenía sujetado entre sus manos era un martillo de un tamaño considerable—. Cierra los ojos, y con suerte no sentirás nada. —Lo levantaba y seguidamente lo estrelló en la pierna derecha del joven en lo que este gritaba de dolor. Entre más fuerte eran los gritos desgarradores de Ricardo, era proporcional la fuerza que él aplicaba para los golpes. El crujido de los huesos rompiéndose y los gritos que se escuchaban eran una delicia para el verdugo quien ya, después de un rato, soltó el martillo y se sentaba completamente emocionado. Ricardo se había desmayado por los golpes; esto enojó al chico, el cual lo más rápido que pudo fue a buscar una cubeta. Ya cuando la llenó, la trajo donde estaba la cama y, sin siquiera dudarlo, se la lanzó haciendo que Ricardo se despertara estrepitosamente.
—¡Maldita sea! ¡Mi pierna! —Trataba de no moverla y sentía un hedor repulsivo que venía de su cuerpo—. ¡¿Por qué apesta?!
El joven se apoyaba en la pierna rota del hombre, quien pegaba un grito al momento del hecho.
—No hay agua en la casa, así que tuve que mojarte con lo que traje de un charco de orina de los perros. Aunque, pensándolo bien, me gusta más este olor que el que tenías antes.
—Eres una basura, me das asco, desgraciado —exclamaba Ricardo tratando de aguantar el dolor en su pierna.
—El asco es recíproco, pero al menos me dio una idea para el segundo reto —Ya estando lo más cerca posible, tomaba un cuchillo de un tamaño pequeño, que usó para romperle el pantalón al chico. Así, cortaba partes por partes hasta que del pantalón solo quedaban hilos colgantes—. Quiero que te cagues. Si no lo haces en menos de dos minutos, te abriré el vientre y te lo sacaré de forma manual. Más te vale que lo hagas rápido.
—¿Cagarme? Estás loco, maldito enfermo —decía, indignado con las palabras del chico, pero sabía que no había de otra, así que comenzó a pujar rogando que pudiera hacerlo lo más pronto posible; era tanta su insistencia que se ponía rojo, y más al momento en el que empezó a sentir que salía un poco de excremento.
—Te estás tardando mucho. En eso sí te tardas, maldito idiota —decía mientras revisaba y comprobaba que ya estaba saliendo un poco gracias a que tenía las piernas separadas; fue una buena idea haberlo amarrado de esa forma.
Fue un alivio para el joven Ricardo cuando sintió que ya había salido un trozo de un tamaño normal. Se había manchado en sus piernas, pero al menos valió la pena. El pelinegro tomaba aquello que había salido de las entrañas del hombre; como tenía guantes no le importaba mucho mancharse. Se acercaba más al sujeto por el lado izquierdo apuntándole con esa mierda.
—Ya tienes una pierna libre. Si quieres que te desate la otra, te tendrás que comer este gran pedazo de chocolate —decía, refiriéndose al excremento, el cual se lo acercaba a la boca a Ricardo.
—Te juro que me la vas a pagar, bastardo —Casi llorando, abría la boca dejando entrar ese objeto. Trataba de aguantar la respiración para no sentir ningún olor ni sabor—. Quiero que lo muerdas y lo mastiques hasta que te lo termines —decía el pelinegro mientras le metía aún más ese mojón y veía cómo ese hombre le mordía una gran cantidad, para después masticarlo y tragarlo.
—Eso, me gusta de esa forma. Cómetelo todo, perra sucia.
Poco a poco, lo metía a la boca del chico hasta que, después de un rato, después de haber comido pedazo por pedazo —sintiendo los grumos de aquella cosa fétida, e incluso queriéndolo devolver, pero teniéndoselo que tragar de nuevo—, se lo terminó.
Acto seguido, el ser le desató ambas piernas y sacudió sus manos acercándose de nueva cuenta a su mesa de donde sacó unas tijeras de buen tamaño. Las miraba con gusto e incluso las lamía para saber si estaban afiladas; si su lengua sangraba un poco era que realmente estaban al filo que el chico deseaba, y, por fortuna para él, las tijeras se manchaban un poco de su sangre.
—¿Sabes? Esto no hubiese sucedido si tan solo supieras respetar a las hijas ajenas. El gran diputado Jorge Luis supo que tú fuiste quien se cogió y mató a su hija. Eres tan pendejo que pusiste una firma con sangre en la pared. ¿Qué demonios pensabas? ¿Acaso lo pensaste, animal? —decía caminando y tomando de nuevo el miembro del joven.
—¿Qué? ¡Ahora me voy a coger a su puta madre! —decía Ricardo hasta que, sorprendido, sintió de nuevo el miembro del chico—. ¿Qué haces? —Sus ojos se fijaban asustados al pelinegro.
—Tu última prueba tiene que ver con el encargo de ese diputado. Respira y cuenta hasta tres.
—¿Qué? ¿Por qué?
Su oración se interrumpió con el grito tan fuerte que dio al momento de sentir aquel corte en su miembro; aquellas tijeras habían cortado ya una buena parte de su pequeño pene, pero aun así le costaba un poco poder cortarlo de forma limpia. Después de intentarlo, lo arrancó de golpe haciendo que cayera fuera de la cama mientras Ricardo se desangraba, gritaba y lloraba al mismo tiempo. Donde antes se encontraba su miembro, ahora era un mar de sangre.
—¡¿Por qué mierda hiciste eso?! ¡Maldito perro! —decía en tanto daba patadas con la pierna que aún le servía.
—Después de que te salvé la vida, te di una oportunidad para que vivieras, ¿me llamas así? Ah, cabrón. —De su pantalón sacaba su celular para después teclear varias veces. Lo guardaba.
—Ya déjame irme —decía aquel hombre con voz baja, débil, aún sangrando.
—¿Dejarte ir? Se me olvidó decirte un defecto mío —Aún teniendo las tijeras en sus manos, tomó una última cosa del cajón—. Me encanta mentir. ¿Te gustan las peras?
—Puto. —Ricardo, ya sin poder aguantar, se desmayaba quedándose quieto.
El chico colocaba ese objeto en forma de pera en la boca del chico, jalaba de a poco la palanca hasta tal grado que Ricardo tenía la boca abierta al máximo.
—Me alegra tanto haber comprado esta mierda. Veremos si tu lengua explota —decía, sonriente, mientras jalaba de nuevo la palanca haciendo que las cuchillas le reventaran el interior; el ruido que hacía la carne cortándose era exquisito, aunque le molestaba que ese hombre no diera más una señal de vida, por lo que se dirigió a la entrepierna del chico y colocó las tijeras en la entrada de su ano—. Para que veas que estas porquerías se sienten mejor que tu maldito pito. —Metía la punta de las tijeras en aquel orificio haciendo que Ricardo se despertara estrepitosamente. En ese momento, aprovechó a abrir las tijeras. Con dificultad lo seguía metiendo y abriendo, dañando rotundamente el ano del chico.
—Lástima que me ibas a dar sida, sino sí te la meto —exclamaba mientras ya tenía las tijeras dentro del joven que se quejaba y respiraba dificultosamente hasta que dio un último respiro, el cual fue profundo e hizo un ruido espantoso.
—Eres tan rápido para mí, ni siquiera me divertí. Qué trabajo tan más mierda —decía en lo que sacaba su machete que estaba debajo de la cama. ¿Para qué? Muy simple, así podría cortar al joven y tirarlo en una bolsa de basura. Poco a poco, cortaba las extremidades empezando por las piernas que le costaba por estar tan duras, pero tenía que aprovechar antes que se pusiera rígido. El sonido que producía el machete al cortar cada trozo de carne era único, se sentía como un carnicero o un taquero al momento de hacerlo. Todo le resulto tan fácil, y como tenía práctica, trataba de no mancharse demasiado, pero de todas formas se cambiaría de ropa terminando de cortar. Al momento de arrancar la cabeza, que era lo único que le faltaba, le costó demasiado trabajo, ya que al querer realizarlo, la vértebra impedía que esto pasara; pero, después de patearlo, pudo separarla haciendo que parte del hueso fuera visible.
Ya después de un buen rato, y de tener una bolsa negra llena de los restos de Ricardo, esperaba en aquel sitio hasta que una camioneta de color azul se estacionó. De ahí bajó un sujeto alto y de cuerpo endomorfo que igual traía una bolsa negra en sus manos.
—¿Para qué me pediste a esa puta y de esa forma? Tuve que dejar un trabajo por tu culpa —enojado, le explicaba al joven.
—Cállate, mierda. ¿Quieres que sepan todo? Dame la maldita bolsa. —Le arrebataba la bolsa de un jalón, para después meterse a la bodega.
—Damián, deja de ser tan paranoico. Si alguien nos ve lo asesinamos y tiramos por allí. Ver muertos en los ranchos es más común que ver animales. —Sacaba un cigarrillo que encendió.
—Puta madre, cállate Recko —molesto, decía mientras pasaba el cuerpo de Ricardo a la otra bolsa, tomaba el gorro manchado y el pantalón desbaratado para meterlo allí también—. Vámonos ya, va a amanecer y quiero esta porquería lejos de aquí. —Subía la bolsa a la parte trasera de la camioneta, para luego subirse en el asiento de atrás.
—Espero y me pagues bien lo que estoy haciendo por ti —Se subía a la camioneta y la encendió, comenzando a conducir—. Un momento, ¿por qué no traes tu peluca? Idiota, te va a cargar la verga.
—¿Crees que soy retrasado? Este no es mi cabello, yo sí hago bien las cosas, no como los pendejitos que se creen asesinos. Esas basuras son fáciles de descubrir. Ya me imagino el periódico de mañana. «Pareja de amantes hechas carnitas», esos pendejos de criollo son únicos en los títulos.
De buenas a primeras, los recuerdos del joven fueron interrumpidos por el sonido de su celular. Algo sorprendido, se dirigió hacia él y leyó el mensaje que había llegado: «Hola hermosa. ¿Nos veremos esta noche? Si es así, mi chofer te irá a buscar. Con cariño, Jorge». El joven no pudo evitar sonreír
—Pobre pendejo.

Quince de Octubre

Puedo decir, con decepción, que soy un sobreviviente de la matanza de aquel día oscuro, que quedara en los anales de la historia como uno de los incidentes más misteriosos y -a la vez- mas sangrientos sucedidos en el continente antártico.
Mi nombre es Destino, ante usted, lector, le confío mi versión de la historia, de lo sucedido ese veintiocho de octubre. No puedo relatarsela a los medios internacionales, puesto que se rigen de aquellos matasanos –así les digo a los médicos del hospital psiquiatrico- que andan diciendo una y otra vez, que no estoy cuerdo, que estoy loco…Tonterías, tan solo no quieren oír la verdad, no quieren saber lo que realmente sucedió.
Mi pesadilla comenzó el mencionado día de octubre, en la base “Esperanza”, ubicada exactamente en el sureste, en las coordenadas 23°64° sur, y 56°19° Este. Yo era hasta el momento, un sargento que había llegado hace unos días, entregando provisiones y llevando a nuevos reclutas civiles. Mi deber era supervisar los avances hechos por los investigadores y hacer un informe, para enviárselo a mis superiores de Buenos Aires; si todo acordaba a los planes, solo estaría unos días en aquel lugar.
Rápidamente los hombres de ciencia me pusieron al tanto de los últimos descubrimientos. Encontraron no muy lejos, algo que suponía ser un ser viviente, anómalo y externo a la vida terrestre -en otras palabras, un alien- congelado hace milenios en la tierra.
En una cámara, en el fondo del complejo antártico, un puñado de personas miraban al alienígena. Lo puedo describir porque era una figura humanoide, negra como la noche, alta y delgada, con ojos rojos profundos, envuelta en una fina capa de escarchado hielo. Rara como ninguna. Asustado, retrocedí unos pasos, pero el hombre que me acompañaba, aquel científico cuyo nombre me cuesta recordar, un tal…un tal Martín Hernandez, me agarró fuertemente del brazo y me dijo:
-Tranquilo, señor, no tenga miedo de la “criatura”, no puede hacer nada a usted ni a nadie, esta muerta, murió de hipotermia hace tiempo-
-¿¡Como sabe usted!? el cuerpo de “eso” no funciona como el suyo o el mío. Viene de algún lugar a años luz de este planeta y no creo que haya fallecido-
Libre mi brazo de la mano del científico y salí de allí lo más rápido posible. Hernandez venía detrás de mí.
Entonces la cosa se despertó. Rompió el hielo que lo rodeaba y corrió hacia nosotros. Pude justo llegar al ascensor, mi compañero no tuvo la misma suerte.
La bestia lo agarró del cuello, mientras lo levantaba unos centímetros del suelo. Con esfuerzo, lograba murmurar -¡ayudeme!-, a la vez que luchaba por liberarse. Lo arrojó contra la pared. El científico intentó escaparse, pero entonces “eso” lo agarró de la pierna…Y entonces, se la comenzó a arrancar. Escuché como la carne se desprendía y desgarraba mientras tiraba de la extremidad. La sangre emanaba como una catarata de la hemorragia. Aún no se la sacaba del todo, todavía colgaba y se mantenía aferrada por el hueso y unas tiras de piel.
Los gritos de agonía eran devastadores, pero no podía hacer nada.
El extraterrestre tiró con tanta fuerza, que la extremidad al fin se desprendió. La levantó unos segundos en el aire, mientras el muñón sangraba intensamente, antes de comenzar a atacar a Hernandez con furia. Lo golpeó en la cara una y otra, y otra, y otra vez en la cara con su misma pierna, usándola como garrote. Su rostro se convirtió en girones sangrientos, carne picada, molida mediante golpes hasta convertirse en puré. Su cráneo se fracturó al primer golpe, se destrozó al segundo y ya para el tercero y cuarto, era pedazos de hueso a punto de ser polvo.
La escena no duró ni diez segundos, pero me parecieron diez horas, antes de que cerrase la puerta del ascensor y se elevase hacia la superficie.
Bajo mis pies, escuchaba arañazos furiosos, que no cesaban.
Al abrirse la puerta, corrí con todas mis fuerzas mientras gritaba: “¡Auxilio! hay una cosa ahí, corran por sus vidas”. Todos me miraban con rareza, hasta que desde la puerta del elevador, emergió la criatura.
Un soldado armado con un fusil, disparó contra la criatura. Sangró un fluido verde viscoso, gritó y saltó sobre el tipo. Le metió la mano a la altura del estómago y le empezó a sacar el intestino delgado lentamente, insatisfecho con el daño, le enrollo el órgano alrededor del cuello y lo ahogó. Le ayudó a morir mas rápidamente.
Mientras huía, agarró a otro hombre, a este le aplastó la cabeza con el pié, haciéndola picadillo y matándolo al instante, luego se la arrebató -recuerdo como la espina sobresalía de la cabeza arrancada- y la lanzó a un costado.
Así siguió cosechando la muerte, mientras me escapaba…
…La versión oficial de la historia dice que yo fui el que asesinó a aquella gente, que entré en un estado de demencia y envié a varios a otra vida. Lo intuyeron por las manchas en mi ropa.
Pobres infelices

Ajedrez

– ¿Te has preguntado por qué juegas?
– ¿No es obvio? Juego para ganar.
– No te pregunté para qué, te pregunté por qué.
– ¿Acaso importa? Jaque.
– A mí me importa. Por eso pregunto.
– Juego porque me gusta. Jaque.
– ¿Estás seguro? ¿Te gusta el ajedrez?
– ¿Qué acaso estás sorda? Lo acabo de decir.
– Sí, es cierto. Solo quería asegurarme.
– ¿Asegurarte de qué? Fui muy claro.
– Asegurarme de que en realidad te gusta este juego.
– ¿Por qué otro motivo te habría dicho eso de no ser cierto? Jaque.
– Es que… por un momento pensé que te gustaba ganar en el ajedrez.
– Pues pensaste bien. Me gusta. De hecho ya estoy acostumbrado, soy muy bueno en esto. Lo vengo jugando prácticamente desde que nací.
– Me confundes. ¿Te gusta ganar o jugar?
– ¿Cuál es la diferencia?
– Si realmente te gustara el ajedrez, sabrías la diferencia. Jaque.
– ¡¿Qué?! ¡No me vengas con esas! ¡Soy el mejor en esto! ¡Nunca he perdido, y jamás lo haré! ¡¿Te quedó claro?!
– Tranquilízate. No quiero iniciar una pelea. Solo estaba preocupada, no me gusta verte perder…
– ¡¿Acaso estás jodidamente sorda?! Lávate las orejas porque no lo volveré a repetir: ¡Soy el mejor! ¡Nunca he perdido, y jamás lo haré!
– ¿Estás seguro? Porque a pesar de que llevas jugando toda la vida, me da la impresión de que por haber ganado tantas veces tus ojos se acostumbraron a mirar el tablero y no a tu oponente.
– En eso te equivocas. Siempre me fijo en todo, ¡y es gracias a eso que nadie ha logrado vencerme! Jaque.
– En eso te equivocas tú. No lo has mirado todo.
– ¡Ah, que bien! Además de sorda, una maldita ciega… ¡No te quieras pasar de lista!. Mi memoria es excelente, y hasta el momento recuerdo cada movimiento, cada minúsculo detalle de cada una de mis partidas. Incluyendo esta. Y si no me crees, ¡te lo puedo probar!
– No hace falta. Ya me quedó claro.
– ¿Ah sí, maldita imbécil? Entonces dime, ¿qué revelación tan formidable ha tenido la señorita?
– Que ya sé quién es el verdadero ciego y sordo. Jaque.
– Te lo advierto, no me provoques…
–  No se puede razonar contigo… Estás peor de lo que imaginé…
– ¡Explícate imbécil! ¡¿Qué parte de mi está tan jodida según tú, ah?!
– ¿Acaso importa? Jaque.
– ¡Por supuesto que importa! ¡A mí me importa!
– Ok, te lo explicaré. A pesar de todas las pistas que te he dado en todas estas partidas, nunca has visto más allá de este juego. ¿Acaso no ves que la vida es más que ganar? ¿Acaso nunca has ido más lejos? ¿Nunca te has puesto a pensar, que lo obvio es el arma más poderosa de engaño?
– … A qué te refieres…
– Solías disfrutar el ajedrez. Solías jugarlo porque te gustaba jugarlo. El problema empezó… cuando dejaste que él se uniera al juego.
– ¿Él?
– No te acordarás jamás, pero yo sí que me dí cuenta del cambio. Esa voz que te indica qué hacer, esa voz que te indica el camino.
– ¿Te refieres a mi conciencia? ¡Ja! Por si no lo sabías, muchas personas piensan antes de hacer las cosas. Eso a lo que tú llamas “voz”, no es más que el mero acto de pensar. ¡Ah, pero claro! Se me olvidó que tú nunca has ganado. ¡Jaja! No te haría mal pensar antes de actuar de vez en cuando. Jaque.
– ¿De verdad eres tan ciego? Mientras yo te trataba de ayudar, él sólo te confundía, cada vez más y más. Te confundió tanto que desde que lo dejaste unirse al juego, crees que tú eres él.
– Ahora sí que te volviste loca. ¿Podemos terminar esto rápido?
– Por favor, escúchame. Él fue capaz de convencerte de que sus prioridades eran tus prioridades. Te convenció de que todo lo que se le antojaba era lo que a ti se te antojaba y te convenció de que ganar era lo más importante…
– ¿No te dije que pensaras antes de hablar? Nada de lo que dices tiene sentido. ¿Por qué alguien querría convencerme de que ganar es lo más importante? ¿Por qué no convencerme de adorarlo como mi dios o de besarle el trasero?
– ¡Porque con eso logró hacer que te enfocaras solo en el maldito juego! Así nunca tendrías tiempo de darte cuenta del cambio que has sufrido.
– ¡Oh! ¿De verdad? ¡Entonces donde está ese malnacido! Con gusto le besaría el trasero si fuese él quién siempre me dijo qué hacer para ganar. ¡Ah! Verdad que ese malnacido soy yo…
– ¡No seas tan arrogante y por una vez en tu vida piensa por ti mismo!
– ¡Ya cállate! ¡De verdad que me tienes harto! Yo soy yo y punto. No le estoy haciendo favores a nadie, gano porque a mí me gusta y porque a mi me hace feliz ganar. Si quieres perder, pierde, para eso eres buena. Por eso me gusta este juego: porque sin importar qué, siempre ocurre entre dos jugadores, siempre hay un ganador y un perdedor, y siempre el ganador soy yo. Jaque.
– Ok… Es suficiente.
– …
– Sí que calaste hondo en su ser… Ya ni siquiera sabe quién es.
– Mhm… Me das demasiado crédito.
– Puede que ese pobre hombre no se dé cuenta de lo que haces, pero yo sí me doy cuenta.
– ¿Acaso importa? Ese tipo está tan metido en el ajedrez que nunca se dará cuenta de mi existencia, mucho menos de que el verdadero ajedrez no está al frente suyo, sino en su cabeza.
– No me corresponde obligarlo a deshacerse de ti, aunque admito que me encantaría poder hacerlo. Yo solo me encargo de aconsejarle lo que es bueno para él… aunque no me escuche.
– Exacto. Pero no te preocupes, sigue intentándolo cuanto quieras que no te interrumpiré. Como él bien dijo: lo bueno del ajedrez es que se juega siempre de a dos, siempre hay un ganador y un perdedor, y siempre el ganador soy yo. Jaque mate.
– ¡Quiero otra ronda!
 ¡Jaja! ¡Pero qué mal perdedora! ¿Aún quieres seguir intentándolo?
– Lo intentaré las veces que sea necesario.
– Te advierto, pierdes tu tiempo.
– Tengo todo el tiempo del mundo. Ahora déjalo jugar. Necesito hablar con él.
– Como quieras.
– Una última pregunta.
– …
– ¿No te preocupa que esta vez pueda ganar yo?
 Cada vez que él cree ganar, no hace más que hacer lo que le digo. Cada vez que se alegra de haber ganado, yo gano, porque ha satisfecho mi necesidad de ganar, una necesidad que no es suya, pero que no se da cuenta de que no le pertenece. Ganar lo es todo, no para él, sino para mí, porque esa es mi razón de existir. Ahora su ser está tan distorsionado por mis gustos y creencias, que el ingenuo cree ser yo. Solo sabe ganar. Y mientras no se de cuenta, ni lo que tú hagas ni lo que él haga me importa, porque pase lo que pase, yo siempre gano.

Cuestión de tiempo

Hace frío y me envuelvo con mis propios brazos cuando una corriente de aire intenta arrancarme el poco calor corporal que me queda, el camino al trabajo es corto pero este invierno ha sido duro. No me gustan estas caminatas matutinas hacía el trabajo porque es cuando oigo más claros mis pensamientos y desde hace unos días solo puedo pensar en cómo mi novio, el hombre del que estoy profundamente enamorada, me pidió tiempo.
Lo hizo en la noche de mi cumpleaños, pasadas las 12:00, como ya no era mi cumpleaños, estrictamente hablando, no tuvo reparo alguno. Me dijo que necesitaba tiempo, que necesitaba pensar con la cabeza fría las cosas, que había tomado una decisión muy precipitada y que no estaba seguro de lo que había hecho.
Me tomó por sorpresa, esperaba una velada agradable pero no eso. Lo que más me dolió fue que dijera que yo no lo comprendía cuando yo había hecho de todo por hacerlo feliz.
A pesar de todo, me recordé a mí misma el compromiso que me había hecho con él en esta relación, lo haría feliz, a pesar de lo mucho que me doliera, haría lo correcto y le daría tiempo, es más, lo apoyaría, yo lo amaba y qué otra cosa podía hacer.
Habían pasado ya dos semanas, requirió de todas mis fuerzas el no hablarle y darle su espacio, por su parte él interpuso un silencio absoluto entre nosotros.
Por la noche a regresar a casa me siento muy sola, sé que me pidió tiempo pero no puedo evitar el deseo de verlo, eso no me lo prohibió, así que después de debatirme un rato, bajo a la cocina y me dirijo hacia el refrigerador. Cabe decir que estoy muy orgullosa por la que forma en que lo ayudé, él requería tiempo y pensar con la cabeza fría, decía que lo asfixiaba y yo encontré la solución perfecta.
Al abrir la puerta del refrigerador puedo ver ese hermoso rostro del que me enamoré, tiene una expresión un poco extraña y la posición en que se encuentra parece incomoda, no había más espacio, vivo sola y no me imaginé necesitar un refrigerador más grande.
Él me había dicho que lo asfixiaba y le demostré como era ser asfixiado en realidad, me dijo que necesitaba tiempo para pensar y ahí tendría todo el tiempo que necesitará, quería pensar con la cabeza fría y se lo concedí metiéndolo en el refri. Lo mejor de todo es que podría verlo cuando quisiera y así la espera no sería tan difícil.
Me despido de él con un beso, ahora me siento mejor, subo feliz a mi recamara pensando en la gran novia que soy y cómo cuando el tiempo que me pidió haya pasado estará más enamorado de mí que nunca.

La sed

No ha sido un día fácil, todo el estrés me provoca esta ansiedad, y precisamente en la noche. De nuevo la necesidad, la sed; tengo que hacerlo, iré por ella y sé dónde encontrarla. Voy a su encuentro sin hacer ruido, la oscuridad es mi aliada ahora. Abro la puerta y la luz me ciega momentáneamente. La veo ahí, reposando; otra rubia, como me gustan. Un movimiento rápido basta para tenerla a mi merced, y ahora debo hacer la parte difícil: tuerzo su cuello y ella hace un sonido que acallo con mi mano. «Tengo que tomarla», pienso, y lo hago, dirijo mi boca hacia el principio de su cuello y me bebo el néctar de su ser hasta que queda vacía, seca.
Ahora tendré que ir por otra, no, por otras, ya que la sed no puede ser saciada solo con una.
La tristeza me invade, mi esposa me ha descubierto y me ha impedido salir por más cervezas…

miércoles, 29 de junio de 2016

El Gato fuero de mi Casa

Vivo en una casa de 2 pisos, en mi vecindario, hay relatos que dicen que el diablo se aparece ahí en varias formas.
Un día, llegando de la secundaria, veo a un gato acostado en el carro de mi madre (Ya que el motor está caliente) le pregunto a mi mamá -Ese gato que hace aquí” Mi mamá me contesta que no es de nosotros y que nunca lo había visto venir, ni lo ha visto con otros vecinos.
Se llegó la hora de comer, como la ventana está abierta, y enfrente está el carro, vemos al gato; este nos empieza a maullar por comida. Notamos que su maullido es un poco “ronco”. Es un gato un poco más grande de lo promedio para ser callejero, es color negro y tiene los ojos grandes y de color un poco rojos. Mi mamá cedio ante su mirada tierna y le arroja una pierna de pollo. Notamos como el gato la devora con unos colmillos muy grandes y la come muy ferozmente -Debe tener mucha hambre- dijo mi madre, pero por más hambre que tubiera, come muy ferozmente.
Se llegó la noche, yo me fuí a acostar y mi madre le dejó un tazón con leche al gato. Caí dormido alrededor de las 10 de la noche. Pero unos arañidos en la ventana de mi cuarto me despiertan en eso de las 3 a.m. Abro los ojos rápidamente, hago la cortina a un lado y veo al gato mirandome con una cara tierna. Me dio un poco de miedo porque sus ojos reflejan maldad. Lo intenté aullentar golpeando la ventana. Lo que hizo me llevó un susto tremendo: Me mostró los colmillos, arañó muy fuerte el vidrio y se fué.
en la mañana, antes de irme a la secundaria, encontramos al perro de un vecino muerto y sin tripas. tenía marcas de colmillos y arañasos. Yo al ver esto, me espanté, y ví al gato arriba de un arbol con sangre en sus bigotes.
Mi vecino, enfurezido por lo que le había pasado a su perro, fue por su escopeta, y le apuntó al gato infernal. Disparó, pero falló, al verlo, el gato dió un rugido estremezedor que hizo que me pusiera pálido y corrí a mi casa. Por la ventana ví como el gato tomaba forma de humano, dió un gran brinco y se fugó por los techos de las casas.
Nunca más volvimos a ver a ese gato, ni al diablo. Nunca nada me quitará ese horrible recuerdo del perro sangrando y el gato convertirse en un mounstruo y uír lejos. Ya lo saben, tengan cuidado si hay un gato callejero fuera de sus casas.